La capital iraní, Teherán, se ha transformado en una sombra de lo que solía ser, tras cinco días de intensos bombardeos que han dejado a la ciudad sumida en el miedo y la incertidumbre. Las calles, que alguna vez vibraron con la vida de sus habitantes, ahora presentan un panorama desolador. La calle Valiars, que normalmente es un punto de encuentro para familias y amigos, ha adquirido un aire fantasmal. Los cafés y puestos de helados que solían estar llenos de risas y conversaciones, ahora están casi vacíos, con solo unos pocos valientes que se aventuran a salir de sus casas.
La situación en el norte de Teherán es alarmante. La presencia policial es notable, y el sonido de las explosiones resuena constantemente, creando un ambiente de tensión palpable. Los pocos transeúntes que se cruzan en la calle lo hacen con miradas nerviosas, como si cada paso pudiera ser el último. Este corresponsal, que se presenta como originario de “Espania”, ha notado que este país levanta simpatías en Irán, especialmente por su apoyo a Palestina y su cultura futbolística.
Los habitantes de Teherán, en su mayoría, se ven obligados a salir solo para abastecerse de alimentos. Una mujer mayor, acompañada por un joven que empuja un carrito de supermercado repleto de productos, es uno de los pocos que se aventuran a salir. La única cola visible se forma en una panadería, donde la gente espera ansiosamente su turno para comprar pan, un alimento esencial en tiempos de crisis. En medio de esta desolación, una familia pasa rápidamente en una moto, ondeando una bandera de Irán, un recordatorio de la resistencia y el patriotismo que aún persiste entre la población.
La vida cotidiana se ha visto interrumpida drásticamente. Ali, un empresario que se dedica a la importación y exportación de perfumes, comparte su preocupación por el futuro. Su negocio ha quedado paralizado, y no sabe qué esperar en los próximos días. “Lo mismo esta noche se cierra un alto el fuego o estamos así meses”, comenta, mientras el sonido de las defensas antiaéreas interrumpe la conversación. Ali, que nació durante la guerra entre Irán e Irak en los años 80, nunca imaginó que viviría una situación similar. Para sus padres, que son mayores, los recuerdos de la guerra son dolorosos y difíciles de afrontar.
El parque Mellat, que solía ser un lugar de encuentro para las familias, ahora está casi desierto. Una mujer elegantemente vestida pasea a su perro, visiblemente asustada, y se alegra de poder hablar con alguien. “Sabes, mi casa está al lado de la televisión que atacaron ayer, pasé miedo”, confiesa. La seguridad en las calles ha aumentado, y los efectivos de paisano revisan la documentación de quienes se atreven a salir. Las autoridades han prohibido la toma de fotos y vídeos, lo que añade una capa de temor a la ya tensa situación.
Desde el inicio de los bombardeos, la situación ha escalado rápidamente. Israel ha llevado a cabo una campaña masiva de ataques aéreos, que han resultado en al menos 232 muertes y alrededor de 1,800 heridos, la mayoría de ellos civiles. La actividad en las calles de Teherán ha disminuido drásticamente, y muchos residentes han optado por abandonar la ciudad en busca de seguridad. Las carreteras hacia la provincia de Manzandaran, un destino habitual para los teheraníes en busca de refugio, se han visto congestionadas por la huida de aquellos que buscan escapar del conflicto.
La desesperación de los ciudadanos es palpable. No están huyendo del calor o la contaminación de su ciudad, sino de los misiles y bombas que caen del cielo. La incertidumbre sobre el futuro pesa sobre ellos, y la esperanza de un alto el fuego parece lejana. La vida en Teherán, una ciudad de 10 millones de habitantes, ha cambiado drásticamente en cuestión de días, y la comunidad internacional observa con preocupación el desarrollo de los acontecimientos.
Mientras tanto, el mundo sigue girando, y las tensiones geopolíticas continúan aumentando. La situación en Irán es un recordatorio de lo frágil que puede ser la paz y cómo, en un instante, la vida cotidiana puede transformarse en un caos. La historia de Teherán es un reflejo de la lucha por la supervivencia en medio de la adversidad, y la resiliencia de su gente es un testimonio de su fortaleza ante la adversidad.